He estado esperando algunos días para
escribir esta crónica porque quería sentir cómo mi cuerpo se iba recuperando
por completo de la carrera madre de la larga distancia.
Sigo pensando que ha sido EL RETO
físico/mental más bonito que he llevado a cabo nunca por todos los elementos
que he desarrollado en anteriores entradas. Los recuerdos de la carrera y la
satisfacción personal continúan estando tan vívidos en mí que me impulsan a pensar
en una próxima carrera: una segunda maratón en un mismo año… ¿sería una locura
para un principiante?
Empiezo a entender por qué las largas
distancias enganchan. Pienso que son terriblemente pegajosas porque conllevan
una grandísima implicación de uno mismo. Uno se ofrece en cuerpo y alma hasta
la más absoluta extenuación. Ésta es una palabra que me gusta mucho.
Extenuación proviene del latín ex - tenuatĭo – ōnis y está compuesta por el
prefijo de origen latino “ex” que significa “fuera” o “más allá” más la raíz “tenuatĭo”:
hacer tenue o menos fuerte; disminución gradual de la fuerza de algo. La
extenuación por lo tanto nos lleva a buscar nuestros límites físicos y
psíquicos; nos lleva a vaciarnos. Pero ¿qué hay de bueno en ello? ¿Qué hay de
placentero en el hecho de agotar tu cuerpo hasta llegar al colapso? A pesar de
que soy más un teórico que un ser experimentado en estas carreras de larga
distancia, me atrevería de afirmar que la búsqueda de nuestro límite, del
final, de aquella línea al borde de la zanja que marca los umbrales del YO;
arribar a la frontera y asomarse o permanecer vislumbrando tierras ignotas, cautiva
y seduce. Y, apasiona, porque hallamos recompensa. No deja de ser un ejercicio
de conocimiento de uno mismo, por lo tanto, ganamos confianza y seguridad, en
tanto que nos acercamos a nuestros límites, porque tanto caminar por las
fronteras nos provoca moverlas, nos hace capaces de conquistar nuevas landas;
de atesorar nuevos recursos. Aunque por otro lado, yo considero que el hecho de
crecer no es lo que más nos impulsa a ir más allá, sino, lo que nos mueve
realmente, es la búsqueda del colapso y de nuestro vacío. Quizás esto parezca algo
descabellado ya que en cierta manera, si lo planteamos así, la búsqueda de la
extenuación se presenta en parte como un impulso que pudiera ser autodestructivo
y, en efecto, así lo es, porque vaciarse está muy relacionado con un deseo de
“dejar de ser”; de salir de uno mismo. Esta idea la avala el prefijo “ex”
(“fuera” o “más allá”).
Por tanto, creo que las carreras de
larga distancia implican una búsqueda de la extenuación porque generan una
atracción hacia el abismo; hacia el no-ser, a pesar de que al final, cuando
regresamos, cuando conseguimos el reto, independientemente de haber llegado o
no a meta, seamos más grandes y fuertes de lo que éramos a nuestro inicio. Y, es esa atracción a
caminar sobre tierras ignotas, la que nos permite llegar a un estado de
abstracción y de vacío que nos termina enganchando tanto como para seguir
repitiendo y queriendo más y más.
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